Cuando una persona con artritis toma la decisión hacer ejercicio para fortalecer sus articulaciones y, de esta manera, prevenir el dolor, debe tener en cuenta que, si no lo realiza de manera adecuada, puede empeorar su estado de salud y lesionarse con mayor facilidad.
Como primera medida, se debe dedicar un tiempo prudencial al ejercicio diario o por lo menos, durante 3 o 4 veces a la semana. Antes de empezar, hay que tener en cuenta que el calentamiento es esencial. Antes de ejercitarse usted debe elevar la temperatura corporal y aumentar el flujo sanguíneo para aflojar los músculos. Por lo general, a las personas se les olvida calentar y al día siguiente permanecen inmóviles por el dolor que esto genera.
Además de calentar, el paciente también debe estirar, esto puede lograr que los músculos tengan un rango completo de movimiento. Cuando las articulaciones son rígidas se deben estirar para que el cuerpo reciba mejor los movimientos.
Intensidad de la actividad física
Cuando el ejercicio es muy intenso, la persona suele jadear o resoplar, señales de que no está recibiendo el oxígeno suficiente. Esto puede afectar directamente las articulaciones y los tejidos, generando dolores insoportables. Por ello, la rutina diaria debe ser moderada y de acuerdo a las posibilidades de cada persona.
Sin embargo, cuando el ejercicio es demasiado fácil y no implica esfuerzo físico, no se está haciendo mucho. Si bien es cierto que el paciente debe hacer ejercicio de acuerdo a sus límites de dolor, tampoco significa esto que no pueda hacer actividades que lo ejerciten.
Generalmente las personas no se suelen hidratar bien y no son conscientes que se deben tomar de 6 a 8 onzas de agua por cada 15 minutos de ejercicio. Asimismo, no tienen en cuenta los momentos en los que se debe comer o no. La recomendación aquí es comer con dos horas de anticipación, pues al hacerlo después, el flujo sanguíneo se concentrará en la digestión en lugar de calentar los músculos y llevar oxígeno al cuerpo, lo que podría resultar en náuseas o calambres.