Iniciemos por explicar el término comorbilidad. Este se refiere a enfermedades y / o a diversos trastornos que se añaden a una enfermedad inicial.
Estas enfermedades “secundarias ” pueden deberse directamente a la primera o, por el contrario , no tener ninguna conexión aparente con ella.
Aclarado este punto, continuemos con la artritis reumatoide (AR). Esta es una enfermedad reumática crónica que afecta las articulaciones. Produce dolor, hinchazón y rigidez. Adicional, daña las articulaciones y tejidos como los tendones y músculos; y puede afectar órganos como el corazón el pulmón o el riñón.
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Según especialistas la obesidad o la depresión en pacientes con AR producen una respuesta peor a determinados tratamientos.
Por ejemplo, con la depresión, tenemos que ciertas citoquinas pro-inflamatorias se encuentran estrechamente relacionadas con la AR. O sea, cuando se realiza un tratamiento con agentes biológicos dirigidos contra estas moléculas, podría provocar un efecto directo sobre los distintos estados de ánimo del paciente.
Por otro lado, el tejido adiposo o grasa es reconocido como generador de inflamación. En este caso, también las citoquinas son las responsables de la inflamación articulatoria. Entonces, en los pacientes con AR con sobrepeso u obesos, estas sustancias aumentan y originan más dolor.
Sucede que la inflamación constituye un factor de riesgo para las enfermedades cardíacas y además de deteriorar los vasos sanguíneos, se ha demostrado que los pacientes con esta enfermedad tienen mayor índice de mortalidad cardiovascular en comparación con la población de la misma edad y sexo.
Cuando obesidad, depresión y/o enfermedad cardiovascular aparecen asociadas a la artritis reumatoide conducen a una mayor discapacidad y peor calidad de vida. De ahí la importancia de prevenir dichas comorbilidades.